TE DIRE QUIEN SOY
a Sonia Migdalia Rosa...
«... Llámame a un behique y
te diré quién soy... [...] y le pregunta: Dime quién eres y qué haces aquí y,
que quieres de mí y por qué me has hecho llamar, 'Dios', si quieres que te
corte o si quieres venir conmigo y cómo quieres que te lleve, que yo te
construiré una heredad». Fray Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios (1498)
Antes
de que Agüeybaná, Gran Sol de Boriken, entrara al bosquecillo, donde un árbol
conversara con el poder del Yaya, en presencia del riachuelo de Jagua que
recorre las orillas y la tiniebla esparcida en la noche, en ese monte donde
pocos van, sólo visitado por behiques
y almas tutelares de humanos perdidos que amaron sus cuerpos y ya no lo tienen,
el Valiente Cacique invocó a la Gran Madre, cuyo nombre es Atabey.
«En
aquella tierra, donde Jagua tiene su río más pequeño, voces líquidas como el
llanto, hay un árbol que habla», comenzó a decir Agüeybaná.
«No es temor porque yo amo a Jagua, pero, un vecino se topó con el árbol y
vino con espanto. El árbol le dijo: Llama
a un behique. Quiero que él sepa quién soy».
Y
Agüeybaná percibió mucho miedo de aquel nitaíno, ha sido cauteloso e invoca a
la misericordiosa Atabey, cuyas energías lo armonizan todo. El pudiera enviar a
sus mejores behiques que laboran y
bendicen el área de la bahía. Mas es sabio y conoce las artes de hechiceros,
como si fuera uno en la costumbre. El prefiere los asuntos administrativos y
políticos del yucayeque.
Y
el miedo que supo en aquel hombre lo tiene preocupado. No se atrevió a darle
detalles; pero al árbol le urge decir quién es al behique y como funciona la naturaleza en su caso.
«¡Qué
simple, pero honesta es la gente de la naboría! que no dice con palabras lo que
no entiende; pero, expresa su temor con los ojos y su temor con las manos!
Quiero ir yo. Que no vaya un behique.
El mensaje fue escueto: 'Quiero que él sepa quién soy', y yo en
ayunos, con pedidos en mi vejez, me preparo para dar bienvenida a una Alteza de
rango y la sueño, como si la cohba la pusiera ante mi presencia para que me
arrodille y diga: Baharí, Matumberí,
humilde a tus pies estoy para servirte... Dime cómo complacerte. Desde antes de
verte, percibí el olor de tu espíritu y del lugar del que vienes, y no es un
mundo cercano, es un Lugar de Señores... Déjame aludirte como Baharí.
Seguramente, él con Yaya, tiene tratos y será bendición para nuestros
yucayeques».
Después
de invocaciones y ruegos a Atabey, en cuclillas ante sus altares, la naboría le
vio despidiéndose. Fue una mañana. Salía hacia un bosque, monte donde los
árboles hablan en las noches y consuelan a ríos que parece que lloran por las
penas de Jagua. Quien haya sido Jagua, diosa o cacique, debió ser muy hermosa,
sentimental y amada porque los montes la lloran y la noche ahuyenta a quienes
ven sus ríos, sus transformados gimos, y no se compadecen.
Caminó
días, esperó la noche, cuando los primeros indicios se vieron del río. Y como
un grito de victoria, su corazón dijo: 'Manikato,
voy a conocer el árbol de Baharí y le diré, 'mi
alteza', Matumberi. Y sacó de un bolso de henequén que llevó consigo, un
arpón que tenía tallado en madera y piedra y la concha de un concha de caracol,
que era la más hermosa que tenía para escuchar qué rumora un caracol,
transmitiendo al dios invisible después de la inhalación de cojoba... y cuando puso a la orilla del
río, sus obsequios. Se hizo noche de golpe o se detuvo el tiempo. Y sintió cómo
unas ramas se agitaban con su intenso trémulo, aunque no había ni frío ni
brisa. Sólo la deliciosa calma de un pensamiento refugiado en misericordia de
Atabey, Madre Tierra de los taínos de Boriken.
«Valiente
/ taíno», lo llamo desde el árbol.
«Dime
quién eres y qué haces aquí, si tu reino es Baharí... ¡Alteza, te he soñado,
antes que me mandaras a buscar con un hombre miedoso! Dime qué quieres de mí y
por qué me has hecho llamar, 'dios'»
«Valiente
/ taíno, sé que eres bueno y generoso y yo, en cambio, estoy cautivo en un
árbol, incapacitado para aborrecerte», le dijo. «No soy tal vez quien imaginas;
pero, al menos, custodio a mi princesa de Cuba el río que regaló a tus campos».
«Entonces,
dime quién eres... Y si quieres que te corte o si quieres venir conmigo y cómo
quieres que te lleve, o te cargue... si te echo al rio, pues te construiré una
heredad y utilizaré tu caoba para mis altares».
«Guamá
es mi nombre y, si honras tu deseo de liberar mi alma del cautiverio en el
árbol, te seré aliado cuando inicie la guerra (1511); te diré a quién
esperas... porque, valiente como tu sobrino eres, a él, a quien se le llamará El bravo porque la alteza del Baharí que
esperas entrará en él; y será llamado dios-espíritu cuando muera... Tú, Gran
Sol, verás demonios blancos. Por cortesía, les darás la bienvenida y,
calculando en tus sabidurías, él querrá tu nombre y escuchar tu areyto. Tu nombre no se lo ofrezcas, ni
los honres, son invasores... y purifica las cuevas donde entierres a tu madre y
la madre de tu sobrino porque el Demonio Blanco le dio el nombre de Doña Inés;
pero ha escupido sobre el rito y no lo entiende. Ha maldito en privado los
huesos de nuestros vivos… Imagina que hará cuando, al morir, trascendamos, si
acaso nos descubriera en la brisa o hablando con un ombligo oculto desde un
árbol... Valiente / taíno, busca al behique
más sabio y te diré quién soy. Llama al artesano que con el árbol me haga un dujo, ditas y jitacas, para llevárselas de regalo a Casiguaya, mi enamorada, con
quien pienso casarme... Y dame un garrote, armas con tu bendición para la
batalla porque viene un Guamikena Blanco
y Yuquibo, Yureibo y Cacimar nos darán el ejemplo, saliendo a la autodefensa
por razón identitaria de la isla. A quien viene y diste bienvenida combatiremos
porque no es pueblo bueno. Tampoco son inmortales. No son dioses generosos.
Vienen a matarnos, si antes no los matamos a ellos».
Agüeybaná
entristeció por todo lo escuchado. Mandó a talar el árbol para que el príncipe
Guamá fuera libre y llevara obsequios a su amada. El río dejó de llorar. No
volvieron a escucharse conversatorios de espíritus en la noche.
Y, efectivamente, en 1511, comenzó
la guerra en Boriken. También en
otras islas del Caribe.
Está
por discutirse si los demonios ganaron. Ya cacique, al cabo de los años, Guamá,
señor de Baracoa, dijo que los invasores no se quedarán con Cuba ni con
Boriken.
Oliguama,
su hermano, por el contrario, afirmó que sí, el futuro no existe y el presente
es derrota y fue el último en asegurarlo. A Guamá lo traicionó y asesinó con
sus propias manos.
En
el trecho final, respecto a lo que la naboría con Pané en Quisqueya discute,
allá es lo mismo. Y hay un detalle
interesante. Con la muerte de Guamá, la captura en 1521 de su esposa Casiguaya,
su propia acción rencarnativa, ella voló de Cuba al mismo monte de Jagua, al
mismo río de Borinquen, como se cita ahora, y el río volvió a llorar en las
noches y el árbol que te dialoga. O se entrega a soliloquios si no hay
seres visibles o invisibles que lo
escuchen.
Empero,
las almas nobles, buenas y valientes de ancestrales taínos, escuchan. Un árbol
habla y dice: «Llámame a un behique y te
diré quién soy». Casiguaya también habla sobre cómo se suicidó, colgándose de
un árbol. El río llora porque a Guamá lo mató un escorpión con su ponzoña.
08-11-2007
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NOTA: Un contexto mayor para
entender este relato: Antonio de Osorio, Capitán General y presidente de la
Real Audiencia de Santo Domingo, iba a ser el ejecutor de las medidas
recomendadas por la corte de España para
destruir villas indígenas y plantaciones de Guaba, Bayaja, Yaguana y
otras, en fin, la despoblación taina del territorio y traslado de los afectados
a la parte oriental de la isla. La rebelión se desató y destacó el caudillo
Hernando Montoso y el cura Diego Méndez a la cabeza. La rebelión en Guaba
fracasó y en los bosques colindantes se mantuvieron partidas de alzados
compuestas de negros, blancos y mulatos, que acabaron viviendo de la cacería de
reses y de los contactos puntuales con los piratas que merodeaban las costas.
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CARTAS (1) / CARTAS AL AUTOR (1) / CARTAS 2 / Carlos López Dzur [Narrador, filósofo e poeta Caribenho]
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