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PARTE 1:
RECONOCIMIENTO
Y PLANTEO GENERAL
LAS PARTIDAS
CAMPESINAS EN EL PEPINO DE 1898 Y EL ANARQUISMO FINISECULAR
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Por CARLOS LOPEZ DZUR
Una ola
de resentimiento social, violencia campesina y militancia en pro del ‘despertar de la conciencia nacional a
través del reto al estatus quo’
(Doel López Velázquez, op. cit.) en la historia puertorriqueña arrancó
en 1898, designada como ‘la de las
Partidas Sediciosas’. La Gaceta del
Gobierno de Puerto Rico, testimonia incidentes y protagonistas del tema en
junio de 1900, pero, según se destacara en el periódico oficialista citado, el movimiento arrancó mucho
antes de los días de la Guerra Hispanoamericana y la designación de los
primeros gobernadores militares (John Brooke, Guy Henry y George Davis por el
Departamento de la Guerra de Washington, D.C.)
En las
zonas rurales de los pueblos de Camuy, Añasco, Utuado, Lares, Las Marías, Moca
y San Sebastián del Pepino, hubo manifestaciones del interesante evento y se
denunciaron, como en el caso del Grito de
Lares, sus jefaturas e idearios concretos. De
lo ya conocido sobre los combates durante la invasión, el profesor Mario Cancel
dio este brevario, que ilustra las incoherencias de los dramas de resistencia en la zona oeste, en Guánica, Susúa-Yauco, Hormigueros y el
Guasio en Añasco.
«En la zona este, ocurrieron en los pueblos de Arroyo,
Guayama, Fajardo y Coamo. Y en la montaña, se efectuaron en Ciales
y Guamaní, Cayey. Un resultado directo de la Invasión fue que estimuló y
legitimó la violencia contra los españoles. Se trataba de grupos armados campesinos, conocidos
como las Partidas Sediciosas o
los Tiznados».
Al definir a los Tiznados, Cancel indica que:
«… estaban organizados en bandas o guerrillas y
se movían al amparo de los bosques de la zona montañosa central. Ejecutaban ataques
nocturnos contra españoles que
fluctuaban entre la agresión, el robo y la violencia física. Pero investigaciones
ejecutadas durante la conmemoración del 1898 en su centenario, sugieren que
también tuvieron por objetivo a los americanos en
la forma del sabotaje al ejército y la violencia armada. Los Tiznados fueron perseguidos y
disueltas por el ejército y son considerados como una manifestación de la violencia rural endémica no
politizada típica del Puerto Rico de aquel siglo». [1]
Las clases criollas más cultas,
medianos y grandes propietarios, se identificaron más crédulamente con las
promesas norteamericanas, la Proclama
del General Miles. Entre los arrimados había el sueño de poseer sus pequeñas
parcelas o agenciarse sus empleos seguros desde antes y después de la 'Invasión
Americana'. En Pepino, peninsulares incondicionales abandonaban sus tierras,
vendían o se mudaban a España u otros pueblos, porque, aun antes de la rebelión
de Lares y, en la coyuntura de 1898, Pepino tenía fama de hostil (D. Prat) con
los grandes propietarios que maltrataron a sus ex esclavos y familias. De modo
que declarar que las Partidas fueron un módulo de organización y violencia no
politizada es incorrecto. [2]
Con
respecto a San Sebastián, el Capitán Francis W. Mansfield, Comandante asignado
a la Compañía H del Undécimo Regimiento de Infantería del Distrito de Aguadilla
fue ordenado por el Gobernador Guy Henry, desde el 11 de octubre de 1898, a
patrullar fincas de café, hogares y comercios por carreteras de las jurisdicciones
de Moca y Pepino por seis días. El 14 de noviembre tuvo la necesidad de enviar
tropas a San Sebastián donde estaban ocurriendo disturbios tales como las
quemas de establecimientos comerciales e incendios en plantaciones, robos de
frutos menores y desarretamientos de ganado.
[3]
Con
el envío del gobernador militar Georges Whitefields Davis, se dio fin a las
partidas, pero también se estableció el sistema educativo de asimilación y
desarticulación de la cultura puertorriqueña. Fiel al
general Nelson Miles, de agosto a octubre, Davis descubrió que los grupos de
resistencia y la falta de orden que produjo a los caras tiznadas y comevacas
antecedían al año de1898. Esto lo observó
un jíbaro de entonces, residente en San Sebastián,
que le dio contenido publicitario a la lucha con la invención de 'décimas'.
En
la primera edición de mi libro, Comevacas
y Tiznaos (2005), reproduzco varias de las que pude recoger de la tradición
oral. Una declara, por ejemplo:
A Juan
Waré también dirás, / si te quedara heroísmo, /
que
se acabó el caciquismo / en la linda Borinquén. /
Que
se les acabó el Belén / que prepararon aquí. /
Y a
Mantilla también di / que ya perdió la esperanza /
de
poder ver la matanza / de los hijos del país.
[citadas en pág. 216, en: Comevacas y tiznaos: Las Partidas Sediciosas de Pepino en 1898]
Afiliado a las partidas campesinas, el
vecino pepiniano Carmelo Cruz dijo que si bien
la Proclama Miles no fue garantía de
nada, la disyuntiva histórica, por el cambio de soberanía, tendría que ser la
independencia. El estatus de autonomismo colonial que acabara por igual. El
contenido de la décima revela que Cruz (asesinado al fin de cuentas en 1902)
era antiespañol y de modo conclusivo y rotundo, aspiraba al fin del caciquismo
para sustituir la piedra que ya no
destila (a España), y según Carmelo Cruz, [4] habría que ir destituyendo a las botellas, el belén o el güame de los
viejos funcionarios españoles, o incondicionales,
por un nuevo liderazgo criollo. La innovación cuajaría dentro del espacio de la
Gran Proclama: la caballerosidad del
invasor, pero no se limitaría a ella. En la experiencia del Pepino, los alzados
repudiaban a los colaboracionistas que se organizaron como los primeros federalistas republicanos (movimiento al
que el Dr. Jorge Celso Barbosa dio unidad partidarista en la isla años después,
así como José Agustín M. Font Feliú, la dio con el primer partido anexionista
en Pepino).
Mas,
si de las partidas en Pepino es que se trata, no se condonaría la americanización. Cruz no creyó que la anexión a los Estados Unidos
de Norteamérica fuese una alternativa jurídica viable ni inmediata para la
identidad puertorriqueña. Empero, la creación de la Junta Insular de Educación
comienza la ‘americanización’ en la isla. De todos modos, como jíbaro sencillo,
Cruz entendió la deseabilidad del modelo del progreso, no siendo necesariamente
de la libertad lo que se adquiriera primero.
Mas, al fin y a la postre,
es cierto que todo colaboracionismo e ideología de desarrollo sucumbieron al
pitiyankismo en la teoría y práctica por causa de la desilusión y un momento en
que la destrucción se hizo sin medida ni cautela, «o el odio cedió a la
provocación de las contrapartidas» (López Dzur, edición del 2005, op. cit.).
Hubo, como excepción en el proceso de armarse para
colaborar con el invasor, una partida
compuesta por individuos de los sectores más prominentes de la población
de Utuado, que no se rehusaron al 'nuevo
orden', sino que, al ver llegar al General Roy Stone del Cuerpo de
Ingenieros de las tropas norte-americanas, salieron a ponérsele bajo sus
órdenes y, entre ellos, el mismo Olivencia y los que fueron llamados los perdidos (B. Mayol, Mora, J. L.
Casalduc, los Casellas y otros).
El progreso, como el camino de su ideología de libertad y
acomodo, en Pepino fue más vergonzoso, los militares de España y sus tropas
voluntarias se entregaban, provocando el enojo del sector anti-invasor y
revolucionario y «se hizo sobre el cadáver del honor de los vencidos. Oí a mi padre decirlo (Doña Bisa)». [5]
Aunque
«la violencia de clase y el ajuste de cuentas fue la orden del día en la
campaña de 1898» (Cancel, op. cit.).
también se atacó a propietarios puertorriqueños. Por medio de una política de mano dura, las autoridades
estadounidenses persiguieron y encarcelaron a los miembros de las partidas
sediciosas, crearon la Policía Insular y, con ello, lograron restablecer la ley
y el orden en la zona rural.
Con
todo, la propuesta de la teoría sociológica evolucionista que pesa sobre el
tema de las Partidas Sediciosas (la que
Doel López plantea en Partidas
Sediciosas o liminalidad milenarista, Águila Blanca: héroe o villano cuando define el movimiento liminal y milenario como «el
que centra toda su atención, toda su fatiga existencial, en una sola
esperanza: la consecución del cambio para restaurar un proyecto histórico
alterado», esta no explica del todo la conducta de
los consabidos cabecillas de las partidas en Pepino, quienes a la sazón fueron
Avelino y Cesáreo Martínez, Joaquín Moreno, Juan T. Cabán Rosa, Pedro José
Irizarry, José Gonzalo Hernández, Juan Crespo, Segundo Esteves, Fermín
Montalvo, Adolfo Babilonia, Rosendo Serrano, Luis Vientós, Manuel González
Lugo, Roldolfo López, Atanasio Ruiz Ruiz, José Marcelino Román, Juan Pedro Ortiz y otros.
En términos de la actitud
de estos y la incapacidad de referírseles ‘héroes o villanos’ en la época,
habría que recordar el por qué Stuart Christie
concluyó que las dirigencias del movimiento anarquista en Cataluña renunciaron
al mismo. «… regardless of the difficulties involved in fighting both fascism
and international capitalism, or, through fear of fascism, they sacrificed
their anarchist principles and revolutionary objectives to bolster, to become
part of the bourgeois state . . . Faced with an imperfect state of affairs and
preferring defeat to a possibly Pyrrhic victory, Catalan anarchist leadership
renounced anarchism in the name of expediency and removed the social transformation
of Spain from their agenda» [6]
La etapa subsiguiente, pasada
a la violencia campesina, fue creativa. Se crearon círculos obreros, con
influencia del anarquismo español. Círculos de lectura, el deseo de abrirlos a
los campesinos y presentar el temario sobre el problema de la tierra, la
conveniencia del cooperativismo, predominando la esperanza, fue el proyecto de «El Círculo de El Culebrinas» que
produjo un periódico en 1897 y resurge como los centros recreativos «La Alianza Obrera» (1902) y «Amantes del Progreso» (1904).
Las tareas de Ramón Padró
Quiles, José Tirado Cordovés y sus colaboradores (que incluye asociados de las
suprimidas 'partidas') apunta a lo descrito por Méndez Liciaga al decir «que
con el cambio de gobierno» que se veía llegar, renació un ideal de progreso y
de orden social en que «las tierras y bienes de los españoles serían
distribuidas a los pobres, desheredados de la fortuna, después víctimas también
de sus inconsultas acusaciones cuando los tribunales de justicia, velando por
la paz y dignidad del pueblo, intervinieron en los sucesos y pusieron a fin la
anarquía reinante» (Andrés Méndez Liciaga, op. cit, pág. 140).
En Pepino, al menos, los
'tiznaos y comevacas' atacaron a los propietarios Pedro J. Jaunarena Azcue, de
Guajataca, Juan Antonio Borrero, de Aibonito, Joaquin Oronoz-Perochena, de
Perchas, las haciendas de Cidral y Juncal de Pedro Antonio Echeandía, Manuel
Arcadio Estrada, de Perchas, Baldomeno Brignoni, en Mirabales, Juan y Guillermo
Mayol Castañer, su hermano, Juan Bautista Ballester Pujols, de Eneas, Victorino
Bernal Toledo y la familia Laurnaga Sagardía, del Sector Urbano, entre otros.
El historiador pionero, Andrés Méndez Liciaga, ha resumido al decir: «Con una página de sangre en la existencia
de la comunidad... actos de venganza con las vidas y bienes de ciudadanos
españoles, de los que no estuvimos exentos muchos puertorriqueños (...) la vida
en la comunidad fue verdaderamente desesperante, horriblemente angustiosa (…)
Basta decir que la tea, el machete y el puñal, imperaban en aquella situación
preñada de odios, asesinatos, robos e incendios. Los crímenes consumados en las
personas, la destrucción de la propiedad, la desaparición de las cosechas, la
ocultación y desjarrete de ganado, la amenaza, el anónimo, en fin, crearon un
estado de cosas» (op. cit., 140) que tardía en subsanarse moral y
sicológicamente, además de la consabida «merma en los ingresos por concepto de
contribución y la actividad agrícola decayó notablemente» (ibid.).
En afán colaboracionista y como intérprete para una
brigada de exploradores estadounidenses, estuvo, por igual, el Dr. Vicente Lugo
Viñas. El acompañaba a la caballería de Valentine, a la que seguía el paso, de
cerca, como refuerzo y retaguardia, la brigada de infantería de Theodore Schwan.
Por un camino de herradura, llegaron al Valle del Río Guacio, centro de
combates.
*
Bibliografía
[1] Mario R, Cancel-Sepúlveda, «La Invasión de 1898: apuntes generales»
en: Bitácora Puerto Rico: su
transformación en el tiempo (29 abril 2010) y La invasión de 1898: el apoyo y la resistecia (Abril de 2010); pero
lo interesante son las defensas fatulas que se dieron en Pepino, Los verdaderos
héroes fueron los acusados de integrar partidas. Soto Villanueva recibió por vía de un telegrama unas órdenes estrictas del
Gobernador Manuel Macías y Casado de que llevara consigo todo el equipo posible
para contribuir a la defensa de Arecibo. La inminencia de la Toma de Arecibo por tropas invasoras
urgía más que cualquier hecho y se pidió que el equipo de campaña y cuarteles
confiados a él llegaran a Arecibo en el menos tiempo posible.
A
Soto Villanueva, el fatulo defensor del Oeste puertorriqueño, el Gobernador
Macías le dijo que avanzara con los encargo por tren, en hito de mayor premura.
Alegando, con anticipado temor, que podría ser cañoneado por el mar (sic), Soto
Villanueva partió a Las Marías, pueblo que no tendría más importancia
estratégica que Arecibo, si la prioridad se señaló como apoyar eficientemente a
la capital, según un plan agresivo de España contra el invasor. «Las Marías era
como boca de lobo, callejón sin salida; área mala para esconderse si lo que se
quiso fue huir. Esta plaza fue buena para hacerse rendir». (vid. «Entrevista a
Pedro Echeandía Font», 10 de julio de 1975, en
López Dzur, Comevacas y tiznaos:
Las Partidas Sediciosas en el Pepino de 1898, loc.
cit.).
[2] Carlos López Dzur, «A todos nos cayo
lo macacoa», en internet
•
y Comevacas y tiznaos: Las Partidas Sediciosas en el Pepino de 1898
[Outskirt Press, Inc., Denver Colorado, 2005),
ps. 91-111.
Andrés
Méndez Liciaga, Boceto historico del
Pepino (re-edición del Ateneo Pepiniano, 2004. La primera edición fue en la
Tipografía La Voz de la Patria (Mayagüez, Puerto Rico, en 1925). Ver. pág. 140.
[3] Álvaro M. RIvera
Ruiz, Aguadilla: El pueblo que le dio la
espalda al mar (Editorial Isla
Negra, 2007,p, 62 y Doel López Velázquez,
Partidas Sediciosas o
liminalidad milenarista, Águila Blanca: héroe o villano, en Cruz Ansatam, 21. 1998: 225-238.
[4] Carlos López
Dzur, op. cit,
Una de las tácticas de las
partidas campesinas (para mantener a ambos ejércitos fuera de los puntos en que
se harían ataques) fue ésa, confundir a los enemigos. «Entretenerlos en el
juego del gato y el ratón» (Font Echeandía) y enviar anónimos de advertencia
para que abandonando sus casas se salvaran sus vidas. Ejemplo es que, ocupado
Utuado por 75 tropas de la Compañía de Voluntarios de Wisconsin, por
regimientos de infantería de Illinois y Massachussett y casi el centenar de
voluntarios puertorriqueños, anti-españoles, que respaldaban al General Stone,
ciertas partidas «se comunicaban con los
gringos para dar razón de operativos españoles; los querían enfrentar, pero,
¡que va! nadie quería verse las caras, o pelear en medio de lluvias y
matorrales».
El entrevistado Miguel A.
Montalvo, cuyo abuelo Fermín Montalvo Valentín encabezó una partida muy temida
en el barrio Pozas, proveyó las coplas que citaré y de las que M. González Cubero,
Doña Lola Prat, Delfín Bernal y el Lcdo. P. A. Echeandía, completaron y
refrasearon algunas líneas. Según contaría Montalvo, Fermín oyó tales coplas en
bocas de voluntarios del Batallón disuelto (guerrilleros a pie) y que dejaron
la lucha porque: «... sus familias estaban pasando hambre».
Al darse la derrota española en
Hormigueros, frente a las narices de Soto Villanueva y viéndose que él no bajó
a reforzar la resistencia, la gente del barrio Pozas que se había reclutado
para pelear volvió a sus hogares y algunos formaron una partida, «por si los
americanos llegaran Pozas, matarlos a palos».
Por otra parte, el Lcdo. Echeandía Font explicó que el guerrillero
Bascarán pertenecía, posiblemente, al batallón disuelto y fue testigo de cierto
incidente que el Capitán Rivero Méndez describió en su libro sobre la Guerra
Hispanoamericana: la discusión entre el Coronel Antonio Osés y Soto Villanueva,
en que el primero lo llamó cobarde.
Insinuó que sus presuntas costillas rotas eran «machucones de miedo» (Montalvo).
Al principio, considerada la
caída de Soto, desde una altura no mayor de diez pies, en la hacienda de Nieva,
el Teniente Osés creyó que no fue tal un hecho fingido, pero detalles
percibidos al final terminaron desengañándolo. Lo sucedido no fue grave ni sus
lastimaduras. Esta sospecha suya se confirmó por otros incidentes en la casa
del Alcalde Olivencia y de Blandín. Soto Villanueva permanecía en la casa de
Cirilo Blandín cuando Osés decidió que se avanzaría hacia Guacio, buscándose
ya, para entonces por recomendación del coronel Salvador Suau, un paso
transitable (el Vado de Zapata), que se hallaba donde el río Mayagüecillo se
unía al Guasio. En fila india, Antonio Osés cruzó casi toda la columna de sus
hombres, sin conocer con cuánta prontitud había avanzado el enemigo Gilbreath y
Burke con sus tropas.
Ya, a estas alturas, entre los
dirigentes mayores de las milicias en El Pepino, comienza «el miedo a las
balas», la deshonra de España, «ahí se acabó todo y lo que se hizo fue echarse
en cara todos por qué no peleaban, beber ron y matar el hambre» (González
Cubero, loc. cit.).
[5] Entrevista con Maria Luisa Rodriguez Rabell, Grabaciones y notas,
realizadas en San Sebastián (1974).
[6] Stuart Christie, We, the Anarchists!, ps. 99, 105.
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