Tuesday, July 1, 2014

LAS PARTIDAS CAMPESINAS DE 1898 Y EL ANARQUISMO FINISECULAR


 

 
 



 

 

PARTE 1:
RECONOCIMIENTO Y PLANTEO GENERAL
LAS PARTIDAS CAMPESINAS EN EL PEPINO DE 1898 Y EL ANARQUISMO FINISECULAR
 
 

Por CARLOS LOPEZ DZUR

            Una ola de resentimiento social, violencia campesina y militancia en pro del ‘despertar de la conciencia nacional a través del reto al estatus quo’  (Doel López Velázquez, op. cit.) en la historia puertorriqueña arrancó en 1898, designada como ‘la de las Partidas Sediciosas’. La Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, testimonia incidentes y protagonistas del tema en junio de 1900, pero, según se destacara en el periódico oficialista citado, el movimiento arrancó mucho antes de los días de la Guerra Hispanoamericana y la designación de los primeros gobernadores militares (John Brooke, Guy Henry y George Davis por el Departamento de la Guerra de Washington, D.C.)

            En las zonas rurales de los pueblos de Camuy, Añasco, Utuado, Lares, Las Marías, Moca y San Sebastián del Pepino, hubo manifestaciones del interesante evento y se denunciaron, como en el caso del Grito de Lares, sus jefaturas e idearios concretos. De lo ya conocido sobre los combates durante la invasión, el profesor Mario Cancel dio este brevario, que ilustra las incoherencias de los dramas de resistencia en la zona oeste, en Guánica, Susúa-Yauco, Hormigueros y el  Guasio en Añasco.

               «En la zona este, ocurrieron en los pueblos de Arroyo, Guayama, Fajardo y Coamo. Y en la montaña,  se efectuaron en Ciales y  Guamaní, Cayey. Un resultado directo de la Invasión fue que estimuló y legitimó la violencia contra los españoles. Se trataba de grupos armados campesinos, conocidos como las Partidas Sediciosas o los Tiznados».

            Al definir a los Tiznados, Cancel indica que:

               «… estaban organizados en bandas o guerrillas y se movían al amparo de los bosques de la zona montañosa central. Ejecutaban ataques  nocturnos contra españoles que fluctuaban entre la agresión, el robo y la violencia física. Pero investigaciones ejecutadas durante la conmemoración del 1898 en su centenario, sugieren que también tuvieron por objetivo a los americanos en la forma del sabotaje al ejército y la violencia armada. Los  Tiznados fueron perseguidos y disueltas por el ejército y son considerados como una manifestación de la violencia rural endémica no politizada típica del Puerto Rico de aquel siglo». [1]

            Las clases criollas más cultas, medianos y grandes propietarios, se identificaron más crédulamente con las promesas norteamericanas, la Proclama del General Miles. Entre los arrimados había el sueño de poseer sus pequeñas parcelas o agenciarse sus empleos seguros desde antes y después de la 'Invasión Americana'. En Pepino, peninsulares incondicionales abandonaban sus tierras, vendían o se mudaban a España u otros pueblos, porque, aun antes de la rebelión de Lares y, en la coyuntura de 1898, Pepino tenía fama de hostil (D. Prat) con los grandes propietarios que maltrataron a sus ex esclavos y familias. De modo que declarar que las Partidas fueron un módulo de organización y violencia no politizada es incorrecto. [2]

            Con respecto a San Sebastián, el Capitán Francis W. Mansfield, Comandante asignado a la Compañía H del Undécimo Regimiento de Infantería del Distrito de Aguadilla fue ordenado por el Gobernador Guy Henry, desde el 11 de octubre de 1898, a patrullar fincas de café, hogares y comercios por carreteras de las jurisdicciones de Moca y Pepino por seis días. El 14 de noviembre tuvo la necesidad de enviar tropas a San Sebastián donde estaban ocurriendo disturbios tales como las quemas de establecimientos comerciales e incendios en plantaciones, robos de frutos menores y desarretamientos de ganado.  [3]

       Con el envío del gobernador militar Georges Whitefields Davis, se dio fin a las partidas, pero también se estableció el sistema educativo de asimilación y desarticulación de la cultura puertorriqueña. Fiel al general Nelson Miles, de agosto a octubre, Davis descubrió que los grupos de resistencia y la falta de orden que produjo a los caras tiznadas y comevacas antecedían al año de1898. Esto lo observó un jíbaro de entonces, residente en San Sebastián, que le dio contenido publicitario a la lucha con la invención de 'décimas'.

       En la primera edición de mi libro, Comevacas y Tiznaos (2005), reproduzco varias de las que pude recoger de la tradición oral. Una declara, por ejemplo:

 

            A Juan Waré también dirás, / si te quedara heroísmo, /

               que se acabó el caciquismo / en la linda Borinquén. /

               Que se les acabó el Belén / que prepararon aquí. /

               Y a Mantilla también di / que ya perdió la esperanza /

               de poder ver la matanza / de los hijos del país.

               [citadas en pág. 216, en: Comevacas y tiznaos: Las Partidas                                                                       Sediciosas de Pepino en 1898]

Afiliado a las partidas campesinas, el vecino pepiniano Carmelo Cruz dijo que si bien la Proclama Miles no fue garantía de nada, la disyuntiva histórica, por el cambio de soberanía, tendría que ser la independencia. El estatus de autonomismo colonial que acabara por igual. El contenido de la décima revela que Cruz (asesinado al fin de cuentas en 1902) era antiespañol y de modo conclusivo y rotundo, aspiraba al fin del caciquismo para sustituir la piedra que ya no destila (a España), y según Carmelo Cruz, [4] habría que ir destituyendo a las botellas, el belén o el güame de los viejos funcionarios españoles, o incondicionales, por un nuevo liderazgo criollo. La innovación cuajaría dentro del espacio de la Gran Proclama: la caballerosidad del invasor, pero no se limitaría a ella. En la experiencia del Pepino, los alzados repudiaban a los colaboracionistas que se organizaron como los primeros federalistas republicanos (movimiento al que el Dr. Jorge Celso Barbosa dio unidad partidarista en la isla años después, así como José Agustín M. Font Feliú, la dio con el primer partido anexionista en Pepino).

            Mas, si de las partidas en Pepino es que  se trata, no se condonaría la americanización. Cruz no creyó que la anexión a los Estados Unidos de Norteamérica fuese una alternativa jurídica viable ni inmediata para la identidad puertorriqueña. Empero, la creación de la Junta Insular de Educación comienza la ‘americanización’ en la isla. De todos modos, como jíbaro sencillo, Cruz entendió la deseabilidad del modelo del progreso, no siendo necesariamente de la libertad lo que se adquiriera primero.

            Mas, al fin y a la postre, es cierto que todo colaboracionismo e ideología de desarrollo sucumbieron al pitiyankismo en la teoría y práctica por causa de la desilusión y un momento en que la destrucción se hizo sin medida ni cautela, «o el odio cedió a la provocación de las contrapartidas» (López Dzur, edición del 2005, op. cit.).

            Hubo, como excepción en el proceso de armarse para colaborar con el invasor, una partida  compuesta por individuos de los sectores más prominentes de la población de Utuado, que no se rehusaron al 'nuevo orden', sino que, al ver llegar al General Roy Stone del Cuerpo de Ingenieros de las tropas norte-americanas, salieron a ponérsele bajo sus órdenes y, entre ellos, el mismo Olivencia y los que fueron llamados los perdidos (B. Mayol, Mora, J. L. Casalduc, los Casellas y otros).

            El progreso, como el camino de su ideología de libertad y acomodo, en Pepino fue más vergonzoso, los militares de España y sus tropas voluntarias se entregaban, provocando el enojo del sector anti-invasor y revolucionario y «se hizo sobre el cadáver del honor de los vencidos.  Oí a mi padre decirlo (Doña Bisa)».  [5]

            Aunque «la violencia de clase y el ajuste de cuentas fue la orden del día en la campaña de 1898» (Cancel, op. cit.). también se atacó a propietarios puertorriqueños. Por medio de una política de mano dura, las autoridades estadounidenses persiguieron y encarcelaron a los miembros de las partidas sediciosas, crearon la Policía Insular y, con ello, lograron restablecer la ley y el orden en la zona rural.

            Con todo, la propuesta de la teoría sociológica evolucionista que pesa sobre el tema de las Partidas Sediciosas  (la que Doel López plantea en Partidas Sediciosas o liminalidad milenarista, Águila Blanca: héroe o villano cuando define el movimiento liminal y milenario como «el que centra toda su atención, toda su fatiga existencial, en una sola esperanza: la consecución del cambio para restaurar un proyecto histórico alterado», esta no explica del todo la conducta de los consabidos cabecillas de las partidas en Pepino, quienes a la sazón fueron Avelino y Cesáreo Martínez, Joaquín Moreno, Juan T. Cabán Rosa, Pedro José Irizarry, José Gonzalo Hernández, Juan Crespo, Segundo Esteves, Fermín Montalvo, Adolfo Babilonia, Rosendo Serrano, Luis Vientós, Manuel González Lugo, Roldolfo López, Atanasio Ruiz Ruiz, José Marcelino  Román, Juan Pedro Ortiz y otros.

            En términos de la actitud de estos y la incapacidad de referírseles ‘héroes o villanos’ en la época, habría que recordar el por qué Stuart Christie concluyó que las dirigencias del movimiento anarquista en Cataluña renunciaron al mismo. «… regardless of the difficulties involved in fighting both fascism and international capitalism, or, through fear of fascism, they sacrificed their anarchist principles and revolutionary objectives to bolster, to become part of the bourgeois state . . . Faced with an imperfect state of affairs and preferring defeat to a possibly Pyrrhic victory, Catalan anarchist leadership renounced anarchism in the name of expediency and removed the social transformation of Spain from their agenda»  [6]

            La etapa subsiguiente, pasada a la violencia campesina, fue creativa. Se crearon círculos obreros, con influencia del anarquismo español. Círculos de lectura, el deseo de abrirlos a los campesinos y presentar el temario sobre el problema de la tierra, la conveniencia del cooperativismo, predominando la esperanza, fue el proyecto de «El Círculo de El Culebrinas» que produjo un periódico en 1897 y resurge como los centros recreativos «La Alianza Obrera» (1902) y «Amantes del Progreso» (1904).

            Las tareas de Ramón Padró Quiles, José Tirado Cordovés y sus colaboradores (que incluye asociados de las suprimidas 'partidas') apunta a lo descrito por Méndez Liciaga al decir «que con el cambio de gobierno» que se veía llegar, renació un ideal de progreso y de orden social en que «las tierras y bienes de los españoles serían distribuidas a los pobres, desheredados de la fortuna, después víctimas también de sus inconsultas acusaciones cuando los tribunales de justicia, velando por la paz y dignidad del pueblo, intervinieron en los sucesos y pusieron a fin la anarquía reinante» (Andrés Méndez Liciaga, op. cit, pág. 140).

            En Pepino, al menos, los 'tiznaos y comevacas' atacaron a los propietarios Pedro J. Jaunarena Azcue, de Guajataca, Juan Antonio Borrero, de Aibonito, Joaquin Oronoz-Perochena, de Perchas, las haciendas de Cidral y Juncal de Pedro Antonio Echeandía, Manuel Arcadio Estrada, de Perchas, Baldomeno Brignoni, en Mirabales, Juan y Guillermo Mayol Castañer, su hermano, Juan Bautista Ballester Pujols, de Eneas, Victorino Bernal Toledo y la familia Laurnaga Sagardía, del Sector Urbano, entre otros. El historiador pionero, Andrés Méndez Liciaga, ha resumido al decir: «Con una página de sangre en la existencia de la comunidad... actos de venganza con las vidas y bienes de ciudadanos españoles, de los que no estuvimos exentos muchos puertorriqueños (...) la vida en la comunidad fue verdaderamente desesperante, horriblemente angustiosa (…) Basta decir que la tea, el machete y el puñal, imperaban en aquella situación preñada de odios, asesinatos, robos e incendios. Los crímenes consumados en las personas, la destrucción de la propiedad, la desaparición de las cosechas, la ocultación y desjarrete de ganado, la amenaza, el anónimo, en fin, crearon un estado de cosas» (op. cit., 140) que tardía en subsanarse moral y sicológicamente, además de la consabida «merma en los ingresos por concepto de contribución y la actividad agrícola decayó notablemente» (ibid.).

            En afán colaboracionista y como intérprete para una brigada de exploradores estadounidenses, estuvo, por igual, el Dr. Vicente Lugo Viñas. El acompañaba a la caballería de Valentine, a la que seguía el paso, de cerca, como refuerzo y retaguardia, la brigada de infantería de Theodore Schwan. Por un camino de herradura, llegaron al Valle del Río Guacio, centro de combates.

 

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            Bibliografía

[1] Mario R, Cancel-Sepúlveda, «La Invasión de 1898: apuntes generales» en: Bitácora Puerto Rico: su transformación en el tiempo (29 abril 2010) y La invasión de 1898: el apoyo y la resistecia (Abril de 2010); pero lo interesante son las defensas fatulas que se dieron en Pepino, Los verdaderos héroes fueron los acusados de integrar partidas. Soto Villanueva recibió por vía de un telegrama unas órdenes estrictas del Gobernador Manuel Macías y Casado de que llevara consigo todo el equipo posible para contribuir a la defensa de Arecibo. La inminencia de la Toma de Arecibo por tropas invasoras urgía más que cualquier hecho y se pidió que el equipo de campaña y cuarteles confiados a él llegaran a Arecibo en el menos tiempo posible.

               A Soto Villanueva, el fatulo defensor del Oeste puertorriqueño, el Gobernador Macías le dijo que avanzara con los encargo por tren, en hito de mayor premura. Alegando, con anticipado temor, que podría ser cañoneado por el mar (sic), Soto Villanueva partió a Las Marías, pueblo que no tendría más importancia estratégica que Arecibo, si la prioridad se señaló como apoyar eficientemente a la capital, según un plan agresivo de España contra el invasor. «Las Marías era como boca de lobo, callejón sin salida; área mala para esconderse si lo que se quiso fue huir. Esta plaza fue buena para hacerse rendir». (vid. «Entrevista a Pedro Echeandía Font», 10 de julio de 1975, en  López Dzur, Comevacas y tiznaos: Las Partidas Sediciosas en el Pepino de 1898, loc. cit.).

[2] Carlos López Dzur, «A todos nos cayo lo macacoa»,  en internet


       y Comevacas y tiznaos: Las Partidas Sediciosas en el Pepino de 1898 [Outskirt Press, Inc., Denver Colorado, 2005),  ps. 91-111.

        Andrés Méndez Liciaga, Boceto historico del Pepino (re-edición del Ateneo Pepiniano, 2004. La primera edición fue en la Tipografía La Voz de la Patria (Mayagüez, Puerto Rico, en 1925). Ver. pág. 140.

[3] Álvaro M. RIvera Ruiz, Aguadilla: El pueblo que le dio la espalda al mar  (Editorial Isla Negra, 2007,p, 62 y Doel López Velázquez,  Partidas Sediciosas o liminalidad milenarista, Águila Blanca: héroe o villano, en Cruz Ansatam, 21. 1998: 225-238.  

[4] Carlos López Dzur, op. cit,

        Una de las tácticas de las partidas campesinas (para mantener a ambos ejércitos fuera de los puntos en que se harían ataques) fue ésa, confundir a los enemigos. «Entretenerlos en el juego del gato y el ratón» (Font Echeandía) y enviar anónimos de advertencia para que abandonando sus casas se salvaran sus vidas. Ejemplo es que, ocupado Utuado por 75 tropas de la Compañía de Voluntarios de Wisconsin, por regimientos de infantería de Illinois y Massachussett y casi el centenar de voluntarios puertorriqueños, anti-españoles, que respaldaban al General Stone, ciertas  partidas «se comunicaban con los gringos para dar razón de operativos españoles; los querían enfrentar, pero, ¡que va! nadie quería verse las caras, o pelear en medio de lluvias y matorrales».

               El entrevistado Miguel A. Montalvo, cuyo abuelo Fermín Montalvo Valentín encabezó una partida muy temida en el barrio Pozas, proveyó las coplas que citaré y de las que M. González Cubero, Doña Lola Prat, Delfín Bernal y el Lcdo. P. A. Echeandía, completaron y refrasearon algunas líneas. Según contaría Montalvo, Fermín oyó tales coplas en bocas de voluntarios del Batallón disuelto (guerrilleros a pie) y que dejaron la lucha porque: «... sus familias estaban pasando hambre».

               Al darse la derrota española en Hormigueros, frente a las narices de Soto Villanueva y viéndose que él no bajó a reforzar la resistencia, la gente del barrio Pozas que se había reclutado para pelear volvió a sus hogares y algunos formaron una partida, «por si los americanos llegaran Pozas, matarlos a palos».  Por otra parte, el Lcdo. Echeandía Font explicó que el guerrillero Bascarán pertenecía, posiblemente, al batallón disuelto y fue testigo de cierto incidente que el Capitán Rivero Méndez describió en su libro sobre la Guerra Hispanoamericana: la discusión entre el Coronel Antonio Osés y Soto Villanueva, en que el primero lo llamó cobarde. Insinuó que sus presuntas costillas rotas eran «machucones de miedo» (Montalvo).

               Al principio, considerada la caída de Soto, desde una altura no mayor de diez pies, en la hacienda de Nieva, el Teniente Osés creyó que no fue tal un hecho fingido, pero detalles percibidos al final terminaron desengañándolo. Lo sucedido no fue grave ni sus lastimaduras. Esta sospecha suya se confirmó por otros incidentes en la casa del Alcalde Olivencia y de Blandín. Soto Villanueva permanecía en la casa de Cirilo Blandín cuando Osés decidió que se avanzaría hacia Guacio, buscándose ya, para entonces por recomendación del coronel Salvador Suau, un paso transitable (el Vado de Zapata), que se hallaba donde el río Mayagüecillo se unía al Guasio. En fila india, Antonio Osés cruzó casi toda la columna de sus hombres, sin conocer con cuánta prontitud había avanzado el enemigo Gilbreath y Burke con sus tropas.

               Ya, a estas alturas, entre los dirigentes mayores de las milicias en El Pepino, comienza «el miedo a las balas», la deshonra de España, «ahí se acabó todo y lo que se hizo fue echarse en cara todos por qué no peleaban, beber ron y matar el hambre» (González Cubero, loc. cit.).

[5] Entrevista con Maria Luisa Rodriguez Rabell, Grabaciones y notas, realizadas en San Sebastián (1974).

[6]  Stuart Christie, We, the Anarchists!, ps. 99, 105.

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